Una particular historia dentro del Maratón de Mar del Plata.
Por Marcelo Solari
La vida suele presentar obstáculos diversos. Pero nunca termina de prepararnos para afrontar lo inesperado. Por fortuna, esta vez, una situación extrema tuvo un desenlace feliz. Y sus involuntarios protagonistas pueden contarlo hoy con el convencimiento de que tan solo será mal recuerdo. Y que la experiencia, de cierta manera, modificó en algo el curso de sus respectivas vidas.
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La mañana del 4 de noviembre estaba destinada a ser una fiesta. Tenía que serlo. La máxima convocatoria del running en Mar del Plata, con su tradicional maratón, mantenía a los participantes enfocados y con ese cosquilleo que únicamente los corredores saben que se siente antes de una largada.
El clima acompañaba, el público también y la inigualable costa marplatense proponía una invitación irresistible.
Entre los casi 9.000 runners que iban alineándose para comenzar los recorridos de 42K, 21K o 10K, un pequeño grupo repasaba estrategias y ejecutaba ritos, seguramente repetidos por la mayoría. Francisco Puche, de 19 años, dos amigos y su padre Pablo se aprestaban a encarar la exigencia de los 10 kilómetros. Choque de palmas, voces de aliento y…
¡A correr! “Cada uno a su ritmo”, fue la consigna aceptada en forma unánime por los cuatro a las 7 en punto de mañana. El primero en cruzar la meta fue Pablo. Conforme con su registro efectuó una lenta caminata para volver a la calma, tomar su bebida isotónica y recibir su medalla de finisher. Y enseguida, a desandar el camino otra vez hacia el arco de llegada con el objetivo de grabar imágenes de la llegada de su hijo con el teléfono móvil.
Algo inquieto, mientras llegaban decenas de participantes, Pablo pensó que no podía tardar tanto. Y entonces, la voz de Javier Teti, el locutor oficial del maratón, se escuchó nítida por los parlantes reclamando la presencia de “familiares de Francisco Puche“. La fiesta comenzaba a transformarse en pesadilla.
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Facundo Pulido es guardavidas desde 2010. Cumplió distintas suplencias en balnearios del sur y ahora va por su tercera temporada en el sector de Biología, en Playa Grande, adonde ingresa todos los días a las 8. “Ese día fui a desayunar 7.30, más temprano, porque sabía que estaba la carrera y que iba a llevar más tiempo poder llegar hasta la playa. Empezamos a bajar con mi compañero (Agustín Aspeleiter) y a la altura de Rodríguez Peña ya empezamos a escuchar gritos desesperados de la gente pidiendo una ambulancia” -recordó-.
Y lo que sigue a continuación, es un relato textual de la primera persona que asistió a Francisco Puche, quien había quedado inconsciente tras desvanecerse a los 9 kilómetros de competencia.
“Llegamos al lugar y estaba Francisco tirado en el suelo. Había sufrido convulsiones y tenía la boca ensangrentada por un corte sufrido al golpearse contra el asfalto. De inmediato iniciamos el protocolo de prevención. Lo colocamos en la posición lateral de seguridad y lo asistimos porque no estaba respirando bien y tenía el pulso muy débil. La gente ya había dejado de pedir la ambulancia, pero nosotros insistimos porque el cuadro se estaba poniendo peor.
Seguimos tratando de reanimarlo y cuando llegó el SAME, enseguida le hicimos compresiones, lo entubaron, le inyectaron una intravenosa y lo mantuvieron monitoreado hasta que empezó a reaccionar. No fue necesario usar el desfibrilador, así que urgente lo ubicaron en la camilla, lo subieron a la ambulancia y lo llevaron al Hospital. El personal de SAME actuó muy bien”.
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Toda esta escena imposible de imaginar siquiera tan solo unos pocos minutos antes, ocurrió fuera del alcance de Pablo, el papá, a quien le notificaron que la ambulancia ya se había llevado a Francisco rumbo al HIGA. Sin perder la calma pero con la premura del caso, la avisó a su esposa, Marcela, y se dirigió al Hospital lo más rápido posible.
El personal médico también actuó muy bien allí, aunque apenas tuvo la certeza de que su hijo estaba estable y compensado, lo trasladaron a la Clínica 25 de Mayo. Eran poco más de las 10 de la mañana. Apenas habían pasado un par de horas, pero el tiempo parecía haberse detenido. Comenzó entonces una vigilia interminable, esperando que Francisco recuperara la conciencia.
“Está un poco remolón para despertarse”, le dijeron los médicos cuando ya habían transcurrido dos días. Y Pablo fue absolutamente gráfico en el recuerdo reciente: “Sinceramente, no pude dejar de pensar en Michael Schumacher”. Francisco estaba en las mejores manos, pero las dudas lastimaban el alma. La constante presencia y llamados de amigos y relaciones cercanas sin dudas ayudó a mitigar esa desesperante espera.
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La vorágine informativa de aquella mañana deslizó un posible paro cardiorrespiratorio, incluso una arritmia o quizás alguna otra patología. Por fortuna, después de decenas de estudios exhaustivos no se constató una lesión coronaria previa, nada congénito y, más importante aún, ninguna secuela para Francisco. De acuerdo a la coincidencia de los médicos que fueron ocupándose de su salud, se trató de un bajón de presión que le provocó una descompensación y, por la velocidad del descenso en la carrera, una caída con la mala fortuna de golpear muy fuerte contra el asfalto con la cabeza.
“El martes, a eso de las 17, nos dijeron que le iban a iniciar la maniobra para sacarle el respirador, un procedimiento que llevaría una media hora. Para las 19, nos avisaron que había respondido bien y fue una sensación de alivio increíble. De ahí en más fue evolucionando cada vez más y mejor”, recordó Pablo.
“Cuando nos dejaron verlo y pudimos hablar -continuó-, le pregunté si se acordaba de algo, y me dijo que lo último que tenía en la mente era cuando habíamos chocado las manos antes de largar. Y al día siguiente ya se acordaba de la bajada de la Normandina y de un cartel de ‘Prohibido Estacionar’. Incluso me preguntó si alguien le había enganchado el pie de atrás porque no entendía cómo se había caído”.
Ahora, ya instalado en su casa, le cuesta recordar los hechos más recientes. Esa pérdida de la memoria inmediata, según los médicos, es algo esperable después de un episodio traumático, y la mejoría es notoria en el día a día.
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Al margen del esperado retorno al hogar, esta historia tuvo su cumbre de emoción cuando Francisco y Facundo se conocieron mutuamente en la clínica.
Ese momento del encuentro entre ambos tuvo un testigo privilegiado: Pablo, quien relató lo sucedido: “Fue muy emotivo. Facundo se emocionó muchísimo y Francisco reaccionó como con cierta timidez. Nos agradeció que le avisáramos de la recuperación de nuestro hijo y que le permitiéramos visitarlo. Fueron momentos de emociones fuertes”, reconoció Puche padre.
“Fue muy movilizante -acepta por su parte Pulido-. Después de verlo irse en la ambulancia, no sabía si iba a poder recuperarse. Me emocioné al verlo bien. Fue reconfortante, dentro de la situación, saber que estaba evolucionando. Hablamos un poco, hasta hicimos algunos chistes. Es joven y sé que es deportista, así que va a salir adelante muy pronto”.
Y también agregó: “Estuve dos días sin saber demasiado, hasta que me contactaron los padres, unos fenómenos. Me hablaron muy bien, estaban muy contentos y agradecidos”.
En pleno conflicto entre la Municipalidad y la Mutual de Guardavidas, se suponía que Pulido no tendría que haber ido a trabajar ese día. El destino quiso que sí, y lo puso frente a una situación extrema. “Por suerte pudimos sobrellevarlo. Le dije a Francisco que no nos conocíamos pero la vida nos cruzó y por suerte ahora podemos contarlo como una anécdota. Es una de las cosas gratas que me permite mi profesión”, confesó finalmente.
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“Vida normal”, le dijeron los médicos cuando le otorgaron el alta. En eso está Francisco, quien podrá retomar sus estudios en Ciencias Económicas (cursa el segundo año), mientras planea regresar el año que viene a la primera división de ACHA, donde siempre ha jugado al handball.